lunes, 8 de julio de 2013

Al menos 15 partidarios de Morsi mueren a tiros en El Cairo

El Ejército asegura que un "grupo terrorista" ha intentado asaltar el edificio donde se encuentra retenido el presidente depuesto

 

La policía intenta dispersar la concentración de islamistas partidarios de Morsi en El Cairo. / M. KHALED (AFP)

 
Al menos 15 personas, partidarias del depuesto presidente Mohamed Morsi, han muerto a tiros esta noche en El Cairo, según fuentes médicas, cuando hombres armados han disparado contra los manifestantes que se concentran cerca del edificio militar donde está retenido el dirigente islamista desde que el Ejército, el pasado miércoles, lo desalojara del poder. Mientras los islamistas cifran en 34 los muertos, los militares dicen que "un grupo terrorista" ha intentado asaltar el edificio e informa de que un oficial del Ejército ha muerto y 40 militares han resultado heridos durante el asalto.
Un portavoz del partido Libertad y Justicia, al que pertenece Morsi, ha informado de la muerte de 34 simpatizantes del presidente. Según ha declarado el exministro de Inversiones Yahya Hamed al canal de televisión Al Yazira Egipto, la cifra de muertos asciende a 37, entre los cuáles cinco son niños, y la de heridos a 500.
Las ambulancias encuentran dificultades para acceder al local de la tragedia, ya que el Ejército ha bloqueado con vehículos blindados varios puentes de la capital y los accesos a Ciudad Nasser, al este de El Cairo. Al Yazira ha emitido imágenes de lo que parece ser cinco personas muertas en el incidente, mientras los médicos tratan de reanimarlos cerca del lugar de la sentada. Los heridos leves han sido atendidos en el hospital de campaña, mientras que los más graves han sido derivados al cercano hospital Demerdash y otros hospitales de la región.
Un portavoz de los Hermanos Musulmanes, Gihad el Hadad, acusó a miembros del Ejército y la Policía de perpetrar una "masacre", y afirmó que tienen en su disposición balas disparadas por los militares. El tiroteo se ha desencadenado a primera hora de la mañana, en el momento de la oración del amanecer, en la sentada que los islamistas mantienen frente a los cuarteles de la Guardia Republicana, según Reuters.
En respuesta al "masacre", el partido Al Nur ha anunciado que se retira de las conversaciones sobre el nuevo gobierno. El excandidato presidencial e islamista moderado Abdelmoneim Abul Futuh, que reconoce al nuevo presidente interino del país tras el golpe de Estado, Adli Mansur, le ha reclamado hoy su dimisión. Según ha a Al Yazira, Mansur "ha fallado en su misión, que es proteger a los civiles".
Desde que el pasado miércoles el Ejército depusiera al presidente islamista Mohamed Morsi tras varios días de protestas en las calles, sobre todo en la cairota plaza Tahrir, partidarios y detractores del golpe se han expresado en las calles. Triunfantes, los opositores al Gobierno islamista volvieron ayer a llenar la plaza Tahrir como en los mejores días de la revuelta que acabó en 2011 con tres décadas de dictadura de Hosni Mubarak. Por su parte, los partidarios islamistas llamaron a un "viernes de rechazo" tras el golpe, en una jornada que derivó en enfrentamientos con el ejército que se saldaron con varios muertos. Respodían así a la ola de represión que se desató el día anterior, cuando muchos de sus dirigentes fueron arrestados por el ejército. Ayer, al tiempo que los contrarios a Morsi se concentraban en Tahrir, los islamistas volvieron a tomar la calle, sobre todo en su feudo de Ciudad Nasser, en el entorno de la mezquita de Raba al Adawiya, para reivindicar la legitimidad de Morsi, el primer presidente elegido democráticamente en Egipto.

Mohamed el Baradei, el político renuente

Con 71 años y prestigio internacional, el diplomático no ha terminado de encontrar un sitio en la transición

 

Mohamed el Baradei, el 27 de junio en El Cairo. / GIANLUIGI GUERCIA (AFP)

 
“Condeno con energía cualquier forma de violencia contra la gente, sean cuales sean sus creencias o su identidad. Cuanto más pacíficos, más fuertes seremos”, tuiteó Mohamed el Baradei el pasado 28 de junio. Es la última entrada en su cuenta de Twitter. Desde entonces, el día a día ha sido demasiado trepidante para que este hombre reflexivo, de modales pausados y carácter afable volviera a escribir. En una semana se han sucedido la gigantesca movilización contra el presidente Mohamed Morsi del 30 de junio, la advertencia del Ejército al día siguiente, el derrocamiento 48 horas más tarde, el nombramiento de un presidente provisional y el anuncio por parte de los medios estatales, luego desmentido por la Presidencia, de que El Baradei dirigiría como primer ministro el Gobierno interino.
Sin duda, a sus 71 años, este diplomático de carrera con larga experiencia en organismos internacionales y un Nobel de la Paz en su currículo, sería el hombre perfecto para recomponer la imagen de Egipto en el exterior. No obstante, su figura resulta controvertida para encabezar un Gobierno de unidad nacional. Al rechazo de los Hermanos Musulmanes, se une la tirria que despierta tanto entre los salafistas (por liberal) como entre los simpatizantes del régimen de Mubarak (por insistir en la inclusión de los islamistas). Ambos extremos del espectro político han colaborado para echar a Morsi y hay que contar con ellos para sacar adelante el arriesgado “proceso de corrección de la revolución”.
Incluso entre los liberales laicos que inicialmente se entusiasmaron con él, el apoyo ha decaído debido a su estilo profesoral de abordar la política y su renuencia a bajar al ruedo y liderar las manifestaciones. Aunque El Baradei suscita respeto por su trayectoria profesional, su reputación de hombre limpio y sus credenciales democráticas, carece de tirón popular y de ambiciones políticas, como él mismo ha dejado claro desde su regreso a Egipto en febrero de 2010, tras 12 años al frente del Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA).
“No estoy especialmente interesado en dirigir el país, pero si la gente me lo pide, no les dejaré en la estacada”, explicó El Baradei en una entrevista con este diario unos meses después. A diferencia de los políticos al uso, sus palabras sonaban sinceras. Transmitía la sensación de tomarse el reto que le planteaban las expectativas populares como un deber cívico. Pronto iba a quedar claro que se sentía incómodo en medio de las multitudes. Pero, sobre todo, que aspiraba a impulsar a una transformación a largo plazo, frente a la urgencia que le reclamaban quienes se acercaron a él en busca de un líder.
Primero se negó a enfrentarse directamente al régimen convocando manifestaciones que inevitablemente iban a desencadenar la represión. Su alternativa, un proceso gradual de educación para la democracia a través de la Asociación por el Cambio, iba a quedar enseguida desbordada por los acontecimientos.
Un año después, cuando Tahrir empezaba a sacudir los pilares del régimen de Mubarak, solo unos pocos fieles se mantenían a su lado. Sin embargo, su denuncia de la Junta Militar que asumió el poder durante la transición le granjeó de nuevo el respaldo de liberales y laicos. Aceptó entonces transformar la Asociación en un partido político, el Dustur (Constitución, en árabe), pero para sorpresa de la mayoría se retiró de la carrera presidencial, en la que finalmente salió elegido Morsi.
“Mi conciencia no me permite concurrir a la presidencia u otro cargo al menos que sea dentro de un marco democrático”, justificó entonces. Pocos entendieron su insistencia en que era necesario redactar la Constitución antes de proceder a cualquier elección, como demostró después la crisis de la Carta Magna escrita bajo Morsi a medida de los islamistas. Ahora, nada más correr el sábado el rumor de su nombramiento como primer ministro, muchos le han restregado aquellas palabras desde las redes sociales.
De momento, El Baradei ha arriesgado su credibilidad personal con las declaraciones en las que ha defendido la destitución de Morsi. “Estábamos entre la espada y la pared”, dijo a la BBC poco después del golpe, convencido de que “la otra opción era la guerra civil”. No deja de ser curioso que sean los mismos militares cuya gestión criticó con dureza hace un año, quienes se vean obligados a considerar su nombramiento como primer ministro. Dado que el riesgo de guerra civil aún no ha desaparecido, el diplomático podría sentirse obligado a aceptar por sentido del deber.

El modelo turco para Egipto

La única salida razonable es empujar a los militares a transferir rápidamente el poder

 
 

 
Es difícil decir si los acontecimientos de Egipto desembocarán o no en la instauración de un régimen democrático estable y pacífico que pueda devolver la esperanza a la mayoría de los egipcios tras el retorno del Ejército al primer plano. Los militares egipcios han asumido un riesgo considerable al acudir en socorro de la oposición —o más bien las oposiciones— al presidente Mohamed Morsi: el de provocar la guerra civil que su intervención pretendía evitar y el de transformar en víctimas a aquellos que, en torno a Morsi y los Hermanos Musulmanes, ayer mismo eran considerados unos incompetentes que intentaban reforzar su poder e instaurar un régimen islamista similar al de Irán.
No faltan precedentes históricos. Pero, como son contradictorios, no proporcionan ninguna clave para predecir el futuro. Ejemplo positivo: la Revolución de los Claveles de 1974, en Portugal, iniciada por el Ejército, que finalmente permitió el triunfo de la democracia. Ejemplo negativo: la deposición por el Ejército del régimen civil de Pakistán en 1999. Desde entonces, este país no ha conseguido recuperar la estabilidad. Para nosotros, los occidentales, es de alguna manera como si volviéramos a los tiempos de la guerra fría: en aquella época nuestros países apoyaron a ciertas dictaduras militares que eran consideradas preferibles a la instauración de regímenes comunistas. Fue un periodo sombrío.
Y, hoy, solo el diario The Wall Street Journal desea que los generales egipcios actúen como hizo Augusto Pinochet en Chile. El escenario chileno habría sido impensable sin el apoyo activo de Estados Unidos. Pero, por suerte, Estados Unidos ha cambiado: ya no se vale de ese tipo de maniobras. De hecho, parece que los acontecimientos de Egipto le han cogido a contrapié, pues, desde el famoso discurso de El Cairo, en el que Barack Obama exhortaba a los pueblos árabes a conquistar la libertad por sí mismos —lo cual ocurrió en 2011 en Egipto—, el presidente norteamericano parecía haber optado por una alianza estratégica con los Hermanos Musulmanes.
El Ejército egipcio, también es cierto, recibe de Estados Unidos una ayuda evaluada generalmente en 1.500 millones de dólares al año, la segunda en importancia después de la que recibe Israel. Lógicamente, eso le hace sensible a las presiones norteamericanas. Hoy por hoy, estas presiones son deseables y deberían acelerar la organización de unas nuevas elecciones a las que los Hermanos Musulmanes serían invitados a participar. Pero estos últimos, por el momento, parecen encastillados en una posición radical al apelar a una democracia que agitan como estandarte y que, sin embargo, estaban a punto de pisotear, según dicen sus oponentes laicos y cristianos.
La única vía razonable es, en todo caso, empujar a los militares a transferir rápidamente el poder a unos dirigentes elegidos democráticamente.
Tanto para los europeos como para Estados Unidos e Israel, se trata de una cuestión crucial. Recordemos que, al comienzo de las revoluciones árabes, todas las miradas se volvieron hacia Turquía, dirigida por un partido islamista elegido democráticamente que parecía querer proponerse como modelo de transferencia del poder a unas fuerzas islamistas capaces de respetar las reglas del juego democrático. El destino de Egipto parecía trazado: tenía que inspirarse en el modelo turco. Después, Turquía se ha visto sacudida por una fuerte contestación provocada por la voluntad del poder de islamizar un Estado y una sociedad que, hasta entonces, se habían construido sobre un modelo laico. Y si los egipcios tienen un modelo, tal vez sea el del Ejército turco, que, en una época reciente, controlaba la evolución de la sociedad política. Por eso Erdogan, el primer ministro turco, ha sido uno de los críticos más severos de los acontecimientos de El Cairo.
Nuestra esperanza, en todo caso, radica en considerar que, una vez liberados, estos pueblos, estos países, se orienten hacia modelos más auténticamente democráticos y miren de nuevo hacia Europa más que hacia unos regímenes que, inevitablemente, se sienten tentados de imponer su dogma religioso a unas sociedades civiles que aspiran al respeto de su propia diversidad.
Resulta que, coincidiendo con estos acontecimientos, François Hollande se encontraba en Túnez, precisamente para hacer valer la garantía que puede representar un fuerte amarre a Europa. Hollande dice estar convencido de que el islam es compatible con la democracia. Es una amplia cuestión que, en parte, se decide en El Cairo.
Traducción: José Luis Sánchez-Silva.

Libre y en USA

Lo que va a acabar con el crédito de Obama es un hacker subcontratado

 

 
¿Qué podría haber pasado si en el avión presidencial de Bolivia viajara de verdad Edward Snowden? ¿Lo habrían retenido sine die en Viena? ¿Entrarían a saco en la aeronave soberana para llevarse al informante? ¿Quién y cómo? ¿Disfrutaría España del dudoso honor internacional de contar con el protagonismo de un embajador sabueso y soplón? En el pedamonte andino, en la época colonial, un fraile se defendía así en carta a un colega por haber dado la orden de que le cortasen las orejas a un indígena: “Era indócil al imperio de mi voz”. Eso es lo que ha ocurrido. Un corte simbólico de orejas a Evo Morales por su indocilidad. Y tienen razón los países sudamericanos en interpretarlo como un acto de intimidación. Su disidencia es la honra de nuestro tiempo. Los mandatarios europeos le han dado vacaciones a la ética. Miraron hacia otro lado con los vuelos secretos a Guantánamo, y pasan la noche en vela por un ruiseñor. A Horacio le hicieron la predicción de que no sería una espada ni una tos lo que acabaría con él, sino “un charlatán”. Lo que va a acabar con el crédito de Obama es un hacker subcontratado. Lo mejor del presidente eran los discursos. Las palabras acudían alegremente a su boca. Me temo que ahora las más sinceras prefieren la conciencia de Snowden. Ha cumplido con su deber de ciudadano. No debería necesitar asilo en ningún lugar. Debería estar libre en EE<TH>UU. También a Daniel Ellsberg lo trataron de espía y enemigo, después de haber desvelado los papeles del Pentágono, en 1971, que ponían de relieve las groseras mentiras de los gobernantes sobre la guerra en Vietnam. Filtrando ese informe, Ellsberg hizo gran servicio a su país. El Tribunal Supremo acabó dándole la razón. Lo que ha puesto de relieve el caso Snowdenes que ya no hay ciudadanos, sino sospechosos. Todos estamos allí. En el puto limbo.

El voto de los jóvenes

Protestas juveniles por cuestiones puntuales derivan en grandes movilizaciones

 

 
La rebelión de los jóvenes crece en Brasil, en Turquía, en sectores de la China, y llega hasta las costas chilenas. El voto de los jóvenes podría cambiar todas las situaciones aparentemente fijas, cristalizadas, encuestadas. Es la gran incógnita, la gran posibilidad de cambios auténticos en las sociedades actuales. Observo el fenómeno y me acuerdo de un diálogo entre Fidel Castro y Jean-Paul Sartre, en los primeros años de la revolución cubana. Fidel Castro, durante una manifestación multitudinaria en la Plaza de la Revolución, le dice al escritor francés que le daría al pueblo, el que canta sus consignas frente a la tribuna donde están ellos, todo lo que le pidan.
“¿Y si le piden la luna?”, pregunta Sartre.
“Les daría la luna”, contesta, impertérrito, el Comandante en Jefe.
La presencia de los jóvenes en la política de hoy es un enigma y un desafío que no podemos desdeñar
Los jóvenes tienden, en todas partes, a pedir la luna, y obtienen respuestas diferentes. Ahora bien, a pesar del lado utópico del tema, tienen razones que no se pueden excluir de una sola plumada, que conviene atender. Su presencia en la política de hoy es un enigma y un desafío que no podemos desdeñar, que exige lucidez y a la vez imaginación. Es posible que la diferencia entre los políticos normales y los verdaderos hombres de estado ande cerca de estos dilemas, de algunas preguntas esenciales y de sus difíciles respuestas.
Los jóvenes rebeldes de Turquía, los que se reunían en un parque de Estambul, en las cercanías de un puente que une a Europa con el Asia, o que los separa, protestaban en un comienzo por un tema de urbanismo, por la defensa de un espacio verde. A poco andar, la protesta adquiría un dinamismo autónomo y llegaba mucho más lejos. Había pancartas con el retrato de Kemal Ataturk, el fundador de la Turquía moderna. El conflicto era, y sigue siendo, de una complejidad extraordinaria. Ataturk, el creador de un estado moderno, secularizado, defensor de los derechos de las mujeres al estudio, al trabajo, se convertía en símbolo juvenil, frente a un gobernante de inclinaciones autoritarias y que favorece un regreso lento del islamismo.
¿Era posible que protestaran en contra del presente, a favor de un pasado más abierto, más libre, de fuerzas creadoras mayores? He viajado a Turquía en años recientes, he estudiado la figura extraordinaria de Kemal Ataturk, le he seguido la pista, para decirlo de alguna manera, y las fotos de los jóvenes que se manifestaban a favor del parque simbólico me han parecido extraordinarias: lucha a favor de la enseñanza libre, de los derechos femeninos, de la naturaleza, de la cultura. No podemos dar la luna, pero tampoco podemos impedir su contemplación nocturna, gratuita, liberada de amarras mentales provenientes del pasado.
Los jóvenes rebeldes de Turquía defendían unos árboles, pero también exhibían el retrato de Ataturk
El levantamiento del Brasil, otra gran nación emergente, fue provocado por un ligero aumento en las tarifas del transporte. Conozco el Sao Paulo de estos días y sé lo que significa trasladarse desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad, desde las poblaciones de la periferia hasta los barrios comerciales, universitarios. Pero la rebelión de los jóvenes tuvo un crecimiento inmediato, contagioso. Llegó más lejos en cuestión de horas.
Los jóvenes turcos comenzaron por defender algunos árboles y en pocos días pusieron en cuestión la política general del gobierno. La rebelión de los estudiantes paulistas se extendió por el enorme territorio brasileño con una rapidez asombrosa: puso en cuestión la inversión desorbitada en los próximos campeonatos deportivos, el exhibicionismo oficial, la corrupción. ¿Por qué invertir en la construcción y reconstrucción de estadios en desmedro de la educación, de los hospitales, de la seguridad pública? Los jóvenes del país del fútbol no aceptan que lo sea en forma exclusiva, carnavalesca, desproporcionada. El país del fútbol y del carnaval siempre ha querido ser más que eso. La crítica tradicional de los poetas, de los intelectuales, la de los protagonistas de la Semana de Arte Moderna de la década de los veinte en la misma ciudad de Sao Paulo, confluye ahora y se encauza en la de los estudiantes de estos días.
Los jóvenes se asombran de que el gobierno de Dilma Roussef conozca tan poco sus problemas concretos, de todos los días, y de que sea tan tolerante con la corrupción. Romário de Souza Faria, diputado de la mayoría y ex jugador de la selección internacional de fútbol, critica los preparativos del campeonato del mundo, un mega-evento que no resuelve todos los problemas del país, que “corre el riesgo de agravarlos”.
La rebelión de los estudiantes de Brasil se extendió a gran velocidad
Son rebeliones juveniles que despiertan cuestiones de fondo, que plantean las preguntas más serias. Me pregunto qué pasa en Chile, por qué esa tendencia casi imparable, ¿ese nuevo romanticismo?, de los encapuchados, de las tomas, de las barricadas. Todos estamos de acuerdo en que la violencia es peligrosa, negativa, destructiva. La destrucción de un establecimiento educacional por algunos estudiantes es como la destrucción de instrumentos de trabajo por los obreros. Es un disparate esencial. Y, sin embargo, hay que conocer las razones de fondo, hay que desmontarlas, des-construirlas (para emplear un término de filósofos franceses).
La idea de crear una educación igualitaria y gratuita me parece impresionante en apariencia, pero un tanto superficial, irreflexiva. Es como la frase del Comandante Castro al autor de El muro. Si hay que bajar niveles de algunos establecimientos de calidad superior, igualar por lo bajo, me opongo de manera terminante. Nunca, por ningún motivo, podremos aceptar que se rebajen niveles de excelencia en nombre de una igualdad futura. Los núcleos de calidad excepcional son contagiosos, desde los años clásicos de la cultura griega, y el problema de una sociedad seria consiste en elevar los demás niveles en toda la medida de lo posible.
¿Votarán, entonces, en las votaciones decisivas que se acercan, los centenares de miles de jóvenes chilenos que tienen derecho a voto y que se mantienen tercamente alejados de las urnas electorales? Para mí, la situación es enigmática. Los políticos maduros tienen razón en exigir que las medidas nuevas estén financiadas, dominadas por el sentido de lo posible. Pero deben entender, también, que no todo se reduce a una cuestión de números: que la imaginación es una necesidad, que el vuelo de las ideas, que los discursos convincentes, en lugar de los silencios oportunistas, son obligatorios.
Jorge Edwards es escritor.

La militarización de la frontera es el camino equivocado

México y Estados Unidos están a punto de compartir la frontera más militarizada desde el muro de Berlín

 

 
En una era definida por la interconexión, México y Estados Unidos están al borde de compartir la frontera más militarizada desde la caída del muro de Berlín.
La decisión de reforzar la seguridad en la que ya es una de las zonas más patrulladas del mundo, exhibe las tensiones de una sociedad dividida por la doble moral que define el debate sobre migración en los Estados Unidos. Necesitan la mano de obra que llega desde el sur, la utilizan pero, no lo aceptan.
El Congreso estadounidense avanza en la aprobación de un paquete de reformas al sistema migratorio que incluye un plan, sin precedente, para incrementar la seguridad en los 3.000 kilómetros de frontera que comparte con México. Una cortina de acero que paradójicamente servirá más para aislar a los de adentro que para mantener lejos a los de afuera.
El plan impulsado por miembros del Partido Republicano y aprobado por el Senado, contempla la construcción de un muro de 1.200 kilómetros, 42.000 hombres bien armados, aviones no tripulados y fondos adicionales para programas que criminalizan la migración ilegal, entre otros proyectos.
La militarización es el precio que los conservadores han fijado para avanzar en la legalización de los 12 millones de inmigrantes indocumentados que viven en Estados Unidos y la comunidad latina parece estar dispuesta a pagar ese precio. Quieren una reforma migratoria que incluya la ciudadanía, cueste lo que cueste.
Algunos describen este trueque como un acto de pragmatismo político, agregan que la mejor reforma es la que se aprueba. Yo difiero. 40.000 guardias bien armados no van a sellar la frontera, la van a sofocar.
Los esfuerzos -legítimos- para establecer una frontera segura no pueden basarse en la retórica política, ni en la aseveración simplista de que más kilómetros de muro equivalen a más seguridad. La historia demuestra lo contrario.
En los últimos 10 años, el Gobierno estadounidense ha gastado 90.000 millones de dólares para asegurar la frontera sin buenos resultados. Es cierto que la migración ilegal ha disminuido a sus niveles más bajos en décadas pero, la reducción responde más a los problemas de la economía estadounidense, principalmente al desempleo, que a las acciones tomadas para reforzar la línea.
Lo que sí ha incrementado y exponencialmente es el número de personas que mueren en su intento por cruzar la frontera, así como el contrabando de mercancías y de migrantes, ambos controlados por los carteles de la droga mexicanos.
En vez de entender la seguridad fronteriza como parte de una estrategia integral, el aseguramiento de la franja, se convirtió en la única estrategia para tratar de solucionar la migración ilegal hacia Estados Unidos. Un experimento fallido y de graves consecuencias para los derechos humanos de los migrantes y la vida de 14 millones de almas en las comunidades fronterizas.
Tan solo en los últimos tres años, 18 personas han muerto a manos de agentes de la patrulla fronteriza, incluidos seis menores de edad y cinco ciudadanos estadounidenses. Destacan casos como el del joven mexicano Sergio Hernández quien recibió siete balazos en la espalda por supuestamente aventar piedras a los agentes estadounidenses desde el lado mexicano de la frontera.
En los últimos años, la patrulla fronteriza se ha convertido en la agencia de seguridad más grande en Estados Unidos y según la unión americana de libertades civiles, opera con niveles alarmantes de opacidad e impunidad.
También está el tema de los 40.000 millones de dólares que costará este 'nuevo' plan de seguridad fronteriza. El fin de la guerra en Irak y el regreso de tropas desde Afganistán, dirige la atención de los contratistas de defensa estadounidenses hacia la frontera mexicana.
El diario The New York Times reporta que al menos media docena de estas empresas se reportan listas para participar de las licitaciones millonarias que prepara el gobierno para la compra de equipo en la frontera.
Más seguridad, significa también más aprensiones y más camas ocupadas en los centros de detención privados a los que llegan la mayoría de los migrantes detenidos al cruzar la frontera. Una industria multimillonaria que en las últimas semanas ha incrementado su cabildeo en el congreso.
La migración es un fenómeno complejo para el que no hay soluciones simples. La falta de creatividad y sobre todo de voluntad política para generar soluciones de largo plazo que atiendan las necesidades específicas de las comunidades fronterizas afecta los intereses nacionales de uno y otro lado de la frontera.
La mejor forma de limitar espacios a la ilegalidad es fortaleciendo los de la legalidad. Más visas, más oportunidades de trabajo temporal y menos muros.
La militarización es el camino equivocado. La solución de los enemigos y no la de dos países que comparten rumbo y destino.
Enrique Acevedo es periodista.

¡Échenlos a todos!

Berlusconi, Putin y Chávez llegaron rápidamente al poder porque sus respectivos países estaban hartos de los políticos tradicionales

 

 
En la década de 1990, italianos, rusos y venezolanos estaban tan hartos de sus políticos como los egipcios, brasileños y turcos hoy están de los suyos. La corrupción, que durante mucho tiempo había sido tolerada, de repente se les volvió insoportable. La gente también perdió la paciencia con la ineptitud burocrática y los malos servicios públicos. Se evaporó la apatía política y salir a la calle a protestar al grito de “Échenlos a todos” se hizo normal. “Todos” eran, por supuesto, los políticos que vivían cada vez mejor mientras a la mayoría le iba cada vez peor. En Italia, Tangentópolis, el escándalo de corrupción que desveló los enormes sobornos en los contratos de obras públicas, produjo un terremoto político. Mani pulite (manos limpias), la investigación realizada por un grupo de magistrados, llevó a juicio a más de la mitad de los miembros del Parlamento italiano. Los Gobiernos de más de 400 ciudades fueron disueltos una vez descubierta la vasta corrupción que los corroía. Los cinco partidos que habían gobernado Italia desde 1947 colapsaron, y con ellos el sistema de partidos que hasta entonces dominó la política. Los italianos exigían líderes honestos y, sobre todo, nuevas caras en el poder. Silvio Berlusconi ofreció sus servicios a la nación. En 1994, solo tres meses después de crear su partido Forza Italia, Berlusconi obtuvo los votos necesarios para ser primer ministro. Y ahí se quedó: es el político que más tiempo ha gobernado Italia durante la posguerra.
Vladímir Putin fue otra “cara nueva” que llegó al poder como resultado de un repentino estallido de indignación popular contra el Gobierno, la corrupción y por la generalizada percepción de que Rusia estaba en caída libre. Putin, el agente de la KGB, al igual que Berlusconi, el magnate mediático, no venía de la política —y eso los hacía atractivos—. En 1999, Putin fue nombrado primer ministro por el presidente Borís Yeltsin, quien estaba mal de salud y políticamente muy débil. Poco tiempo después, Yeltsin dimitió y encargó a Putin la presidencia. Unos meses más tarde, y como resultado de unas intempestivas elecciones, Putin gana con el 53% de los votos. Millones de rusos descorazonados por el Gobierno que reemplazó al régimen comunista depositaron su esperanza en este nuevo líder que les prometió acabar con oligarcas, mafiosos y terroristas y restituir la dignidad de Rusia. Una vez que llegó al Kremlin, Putin nunca se marchó.
La lección es que echar del poder a los políticos ineptos es la parte más fácil del problema
Mientras tanto, en las antípodas de Rusia, algo parecido estaba pasando. En 1998, Venezuela también votó por una “cara nueva”. Una vez más, la corrupción, la exasperación producida por la crisis económica y el desprestigio de los políticos de siempre nutrieron un enorme apetito popular por tener a “alguien distinto” en el poder. El teniente coronel Hugo Chávez supo satisfacer esa demanda. Y al igual que Vladímir Putin, una vez que puso el pie en el palacio presidencial, nunca se fue. Se aferró al poder durante 14 años, y una vez que su enfermedad entró en etapa terminal, designó a Nicolás Maduro como su sucesor.
Berlusconi, Putin y Chávez no podrían ser más diferentes. Sus respectivos países tampoco podrían ser más distintos. Sin embargo, los paralelismos son sorprendentes. Los tres basaron su meteórico ascenso al poder en el hecho de que su país estaba harto de los políticos y de la élite gobernante tradicional. El apetito popular de tener una “nueva cara” en el poder les abrió las puertas. En los tres casos, la “nueva cara” gana las elecciones y rápidamente impone nuevas reglas políticas que le permiten concentrar poder, pulverizar a una oposición ya débil y perpetuarse en el cargo. Todo su capital político y toda la energía la ponen al servicio de un solo objetivo: mantenerse en el poder. Por desgracia, hoy día, Italia, Rusia y Venezuela son sociedades débiles y fragmentadas. Las “nuevas caras” no resultaron ser buenos gobernantes.
La lección no es que los políticos “de siempre” que han dejado de oír al pueblo, que son ineptos o que toleran la corrupción no deben ser denunciados y eventualmente reemplazados por métodos democráticos. La lección es que echarles es la parte más fácil del problema. Reemplazarlos por un líder que no sea simplemente una “nueva cara” y que no se limite a decir las mentiras que satisfacen a la mayoría es el verdadero, y muy difícil, reto. Pero sobre todo, hay que impedir que la “nueva cara” se perpetúe en el poder. Como hemos visto, una vez que llegan al palacio es difícil sacarles de ahí.
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