lunes, 8 de julio de 2013

El voto de los jóvenes

Protestas juveniles por cuestiones puntuales derivan en grandes movilizaciones

 

 
La rebelión de los jóvenes crece en Brasil, en Turquía, en sectores de la China, y llega hasta las costas chilenas. El voto de los jóvenes podría cambiar todas las situaciones aparentemente fijas, cristalizadas, encuestadas. Es la gran incógnita, la gran posibilidad de cambios auténticos en las sociedades actuales. Observo el fenómeno y me acuerdo de un diálogo entre Fidel Castro y Jean-Paul Sartre, en los primeros años de la revolución cubana. Fidel Castro, durante una manifestación multitudinaria en la Plaza de la Revolución, le dice al escritor francés que le daría al pueblo, el que canta sus consignas frente a la tribuna donde están ellos, todo lo que le pidan.
“¿Y si le piden la luna?”, pregunta Sartre.
“Les daría la luna”, contesta, impertérrito, el Comandante en Jefe.
La presencia de los jóvenes en la política de hoy es un enigma y un desafío que no podemos desdeñar
Los jóvenes tienden, en todas partes, a pedir la luna, y obtienen respuestas diferentes. Ahora bien, a pesar del lado utópico del tema, tienen razones que no se pueden excluir de una sola plumada, que conviene atender. Su presencia en la política de hoy es un enigma y un desafío que no podemos desdeñar, que exige lucidez y a la vez imaginación. Es posible que la diferencia entre los políticos normales y los verdaderos hombres de estado ande cerca de estos dilemas, de algunas preguntas esenciales y de sus difíciles respuestas.
Los jóvenes rebeldes de Turquía, los que se reunían en un parque de Estambul, en las cercanías de un puente que une a Europa con el Asia, o que los separa, protestaban en un comienzo por un tema de urbanismo, por la defensa de un espacio verde. A poco andar, la protesta adquiría un dinamismo autónomo y llegaba mucho más lejos. Había pancartas con el retrato de Kemal Ataturk, el fundador de la Turquía moderna. El conflicto era, y sigue siendo, de una complejidad extraordinaria. Ataturk, el creador de un estado moderno, secularizado, defensor de los derechos de las mujeres al estudio, al trabajo, se convertía en símbolo juvenil, frente a un gobernante de inclinaciones autoritarias y que favorece un regreso lento del islamismo.
¿Era posible que protestaran en contra del presente, a favor de un pasado más abierto, más libre, de fuerzas creadoras mayores? He viajado a Turquía en años recientes, he estudiado la figura extraordinaria de Kemal Ataturk, le he seguido la pista, para decirlo de alguna manera, y las fotos de los jóvenes que se manifestaban a favor del parque simbólico me han parecido extraordinarias: lucha a favor de la enseñanza libre, de los derechos femeninos, de la naturaleza, de la cultura. No podemos dar la luna, pero tampoco podemos impedir su contemplación nocturna, gratuita, liberada de amarras mentales provenientes del pasado.
Los jóvenes rebeldes de Turquía defendían unos árboles, pero también exhibían el retrato de Ataturk
El levantamiento del Brasil, otra gran nación emergente, fue provocado por un ligero aumento en las tarifas del transporte. Conozco el Sao Paulo de estos días y sé lo que significa trasladarse desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad, desde las poblaciones de la periferia hasta los barrios comerciales, universitarios. Pero la rebelión de los jóvenes tuvo un crecimiento inmediato, contagioso. Llegó más lejos en cuestión de horas.
Los jóvenes turcos comenzaron por defender algunos árboles y en pocos días pusieron en cuestión la política general del gobierno. La rebelión de los estudiantes paulistas se extendió por el enorme territorio brasileño con una rapidez asombrosa: puso en cuestión la inversión desorbitada en los próximos campeonatos deportivos, el exhibicionismo oficial, la corrupción. ¿Por qué invertir en la construcción y reconstrucción de estadios en desmedro de la educación, de los hospitales, de la seguridad pública? Los jóvenes del país del fútbol no aceptan que lo sea en forma exclusiva, carnavalesca, desproporcionada. El país del fútbol y del carnaval siempre ha querido ser más que eso. La crítica tradicional de los poetas, de los intelectuales, la de los protagonistas de la Semana de Arte Moderna de la década de los veinte en la misma ciudad de Sao Paulo, confluye ahora y se encauza en la de los estudiantes de estos días.
Los jóvenes se asombran de que el gobierno de Dilma Roussef conozca tan poco sus problemas concretos, de todos los días, y de que sea tan tolerante con la corrupción. Romário de Souza Faria, diputado de la mayoría y ex jugador de la selección internacional de fútbol, critica los preparativos del campeonato del mundo, un mega-evento que no resuelve todos los problemas del país, que “corre el riesgo de agravarlos”.
La rebelión de los estudiantes de Brasil se extendió a gran velocidad
Son rebeliones juveniles que despiertan cuestiones de fondo, que plantean las preguntas más serias. Me pregunto qué pasa en Chile, por qué esa tendencia casi imparable, ¿ese nuevo romanticismo?, de los encapuchados, de las tomas, de las barricadas. Todos estamos de acuerdo en que la violencia es peligrosa, negativa, destructiva. La destrucción de un establecimiento educacional por algunos estudiantes es como la destrucción de instrumentos de trabajo por los obreros. Es un disparate esencial. Y, sin embargo, hay que conocer las razones de fondo, hay que desmontarlas, des-construirlas (para emplear un término de filósofos franceses).
La idea de crear una educación igualitaria y gratuita me parece impresionante en apariencia, pero un tanto superficial, irreflexiva. Es como la frase del Comandante Castro al autor de El muro. Si hay que bajar niveles de algunos establecimientos de calidad superior, igualar por lo bajo, me opongo de manera terminante. Nunca, por ningún motivo, podremos aceptar que se rebajen niveles de excelencia en nombre de una igualdad futura. Los núcleos de calidad excepcional son contagiosos, desde los años clásicos de la cultura griega, y el problema de una sociedad seria consiste en elevar los demás niveles en toda la medida de lo posible.
¿Votarán, entonces, en las votaciones decisivas que se acercan, los centenares de miles de jóvenes chilenos que tienen derecho a voto y que se mantienen tercamente alejados de las urnas electorales? Para mí, la situación es enigmática. Los políticos maduros tienen razón en exigir que las medidas nuevas estén financiadas, dominadas por el sentido de lo posible. Pero deben entender, también, que no todo se reduce a una cuestión de números: que la imaginación es una necesidad, que el vuelo de las ideas, que los discursos convincentes, en lugar de los silencios oportunistas, son obligatorios.
Jorge Edwards es escritor.

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