lunes, 8 de julio de 2013

Mohamed el Baradei, el político renuente

Con 71 años y prestigio internacional, el diplomático no ha terminado de encontrar un sitio en la transición

 

Mohamed el Baradei, el 27 de junio en El Cairo. / GIANLUIGI GUERCIA (AFP)

 
“Condeno con energía cualquier forma de violencia contra la gente, sean cuales sean sus creencias o su identidad. Cuanto más pacíficos, más fuertes seremos”, tuiteó Mohamed el Baradei el pasado 28 de junio. Es la última entrada en su cuenta de Twitter. Desde entonces, el día a día ha sido demasiado trepidante para que este hombre reflexivo, de modales pausados y carácter afable volviera a escribir. En una semana se han sucedido la gigantesca movilización contra el presidente Mohamed Morsi del 30 de junio, la advertencia del Ejército al día siguiente, el derrocamiento 48 horas más tarde, el nombramiento de un presidente provisional y el anuncio por parte de los medios estatales, luego desmentido por la Presidencia, de que El Baradei dirigiría como primer ministro el Gobierno interino.
Sin duda, a sus 71 años, este diplomático de carrera con larga experiencia en organismos internacionales y un Nobel de la Paz en su currículo, sería el hombre perfecto para recomponer la imagen de Egipto en el exterior. No obstante, su figura resulta controvertida para encabezar un Gobierno de unidad nacional. Al rechazo de los Hermanos Musulmanes, se une la tirria que despierta tanto entre los salafistas (por liberal) como entre los simpatizantes del régimen de Mubarak (por insistir en la inclusión de los islamistas). Ambos extremos del espectro político han colaborado para echar a Morsi y hay que contar con ellos para sacar adelante el arriesgado “proceso de corrección de la revolución”.
Incluso entre los liberales laicos que inicialmente se entusiasmaron con él, el apoyo ha decaído debido a su estilo profesoral de abordar la política y su renuencia a bajar al ruedo y liderar las manifestaciones. Aunque El Baradei suscita respeto por su trayectoria profesional, su reputación de hombre limpio y sus credenciales democráticas, carece de tirón popular y de ambiciones políticas, como él mismo ha dejado claro desde su regreso a Egipto en febrero de 2010, tras 12 años al frente del Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA).
“No estoy especialmente interesado en dirigir el país, pero si la gente me lo pide, no les dejaré en la estacada”, explicó El Baradei en una entrevista con este diario unos meses después. A diferencia de los políticos al uso, sus palabras sonaban sinceras. Transmitía la sensación de tomarse el reto que le planteaban las expectativas populares como un deber cívico. Pronto iba a quedar claro que se sentía incómodo en medio de las multitudes. Pero, sobre todo, que aspiraba a impulsar a una transformación a largo plazo, frente a la urgencia que le reclamaban quienes se acercaron a él en busca de un líder.
Primero se negó a enfrentarse directamente al régimen convocando manifestaciones que inevitablemente iban a desencadenar la represión. Su alternativa, un proceso gradual de educación para la democracia a través de la Asociación por el Cambio, iba a quedar enseguida desbordada por los acontecimientos.
Un año después, cuando Tahrir empezaba a sacudir los pilares del régimen de Mubarak, solo unos pocos fieles se mantenían a su lado. Sin embargo, su denuncia de la Junta Militar que asumió el poder durante la transición le granjeó de nuevo el respaldo de liberales y laicos. Aceptó entonces transformar la Asociación en un partido político, el Dustur (Constitución, en árabe), pero para sorpresa de la mayoría se retiró de la carrera presidencial, en la que finalmente salió elegido Morsi.
“Mi conciencia no me permite concurrir a la presidencia u otro cargo al menos que sea dentro de un marco democrático”, justificó entonces. Pocos entendieron su insistencia en que era necesario redactar la Constitución antes de proceder a cualquier elección, como demostró después la crisis de la Carta Magna escrita bajo Morsi a medida de los islamistas. Ahora, nada más correr el sábado el rumor de su nombramiento como primer ministro, muchos le han restregado aquellas palabras desde las redes sociales.
De momento, El Baradei ha arriesgado su credibilidad personal con las declaraciones en las que ha defendido la destitución de Morsi. “Estábamos entre la espada y la pared”, dijo a la BBC poco después del golpe, convencido de que “la otra opción era la guerra civil”. No deja de ser curioso que sean los mismos militares cuya gestión criticó con dureza hace un año, quienes se vean obligados a considerar su nombramiento como primer ministro. Dado que el riesgo de guerra civil aún no ha desaparecido, el diplomático podría sentirse obligado a aceptar por sentido del deber.

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