lunes, 8 de julio de 2013

El modelo turco para Egipto

La única salida razonable es empujar a los militares a transferir rápidamente el poder

 
 

 
Es difícil decir si los acontecimientos de Egipto desembocarán o no en la instauración de un régimen democrático estable y pacífico que pueda devolver la esperanza a la mayoría de los egipcios tras el retorno del Ejército al primer plano. Los militares egipcios han asumido un riesgo considerable al acudir en socorro de la oposición —o más bien las oposiciones— al presidente Mohamed Morsi: el de provocar la guerra civil que su intervención pretendía evitar y el de transformar en víctimas a aquellos que, en torno a Morsi y los Hermanos Musulmanes, ayer mismo eran considerados unos incompetentes que intentaban reforzar su poder e instaurar un régimen islamista similar al de Irán.
No faltan precedentes históricos. Pero, como son contradictorios, no proporcionan ninguna clave para predecir el futuro. Ejemplo positivo: la Revolución de los Claveles de 1974, en Portugal, iniciada por el Ejército, que finalmente permitió el triunfo de la democracia. Ejemplo negativo: la deposición por el Ejército del régimen civil de Pakistán en 1999. Desde entonces, este país no ha conseguido recuperar la estabilidad. Para nosotros, los occidentales, es de alguna manera como si volviéramos a los tiempos de la guerra fría: en aquella época nuestros países apoyaron a ciertas dictaduras militares que eran consideradas preferibles a la instauración de regímenes comunistas. Fue un periodo sombrío.
Y, hoy, solo el diario The Wall Street Journal desea que los generales egipcios actúen como hizo Augusto Pinochet en Chile. El escenario chileno habría sido impensable sin el apoyo activo de Estados Unidos. Pero, por suerte, Estados Unidos ha cambiado: ya no se vale de ese tipo de maniobras. De hecho, parece que los acontecimientos de Egipto le han cogido a contrapié, pues, desde el famoso discurso de El Cairo, en el que Barack Obama exhortaba a los pueblos árabes a conquistar la libertad por sí mismos —lo cual ocurrió en 2011 en Egipto—, el presidente norteamericano parecía haber optado por una alianza estratégica con los Hermanos Musulmanes.
El Ejército egipcio, también es cierto, recibe de Estados Unidos una ayuda evaluada generalmente en 1.500 millones de dólares al año, la segunda en importancia después de la que recibe Israel. Lógicamente, eso le hace sensible a las presiones norteamericanas. Hoy por hoy, estas presiones son deseables y deberían acelerar la organización de unas nuevas elecciones a las que los Hermanos Musulmanes serían invitados a participar. Pero estos últimos, por el momento, parecen encastillados en una posición radical al apelar a una democracia que agitan como estandarte y que, sin embargo, estaban a punto de pisotear, según dicen sus oponentes laicos y cristianos.
La única vía razonable es, en todo caso, empujar a los militares a transferir rápidamente el poder a unos dirigentes elegidos democráticamente.
Tanto para los europeos como para Estados Unidos e Israel, se trata de una cuestión crucial. Recordemos que, al comienzo de las revoluciones árabes, todas las miradas se volvieron hacia Turquía, dirigida por un partido islamista elegido democráticamente que parecía querer proponerse como modelo de transferencia del poder a unas fuerzas islamistas capaces de respetar las reglas del juego democrático. El destino de Egipto parecía trazado: tenía que inspirarse en el modelo turco. Después, Turquía se ha visto sacudida por una fuerte contestación provocada por la voluntad del poder de islamizar un Estado y una sociedad que, hasta entonces, se habían construido sobre un modelo laico. Y si los egipcios tienen un modelo, tal vez sea el del Ejército turco, que, en una época reciente, controlaba la evolución de la sociedad política. Por eso Erdogan, el primer ministro turco, ha sido uno de los críticos más severos de los acontecimientos de El Cairo.
Nuestra esperanza, en todo caso, radica en considerar que, una vez liberados, estos pueblos, estos países, se orienten hacia modelos más auténticamente democráticos y miren de nuevo hacia Europa más que hacia unos regímenes que, inevitablemente, se sienten tentados de imponer su dogma religioso a unas sociedades civiles que aspiran al respeto de su propia diversidad.
Resulta que, coincidiendo con estos acontecimientos, François Hollande se encontraba en Túnez, precisamente para hacer valer la garantía que puede representar un fuerte amarre a Europa. Hollande dice estar convencido de que el islam es compatible con la democracia. Es una amplia cuestión que, en parte, se decide en El Cairo.
Traducción: José Luis Sánchez-Silva.

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