sábado, 6 de julio de 2013

Peligro en Egipto

 

El Ejército debe cesar la represión y fijar cuanto antes el calendario de regreso a la democracia

 

 
Egipto vive momentos peligrosos. El golpe de Estado que ha derrocado al presidente Mohamed Morsi abre un escenario muy difícil y, a juzgar por la jornada de ayer, sangriento. Encarrilar la situación hacia los cauces democráticos y evitar que el país se deslice hacia un abismo de violencia y caos exige, a las Fuerzas Armadas y los actores políticos, grandes dosis de inteligencia y cautela.
La hoja de ruta diseñada por los militares y apoyada por los opositores civiles ya está en marcha. Ayer mismo, el magistrado Adli Mansur, nuevo presidente interino, ordenó la disolución del Senado, suspendió la Constitución y se dispone a conformar un Gobierno de unidad nacional hasta la convocatoria de nuevas elecciones. Mientras, las fuerzas de seguridad no aclaran dónde se encuentran detenidos el presidente Morsi y varios dirigentes de los Hermanos Musulmanes, y reprimen con violencia sus protestas.
La complejidad de la situación explica la prudencia en las reacciones internacionales. Estamos ante un golpe atípico, pero la entrada en escena de las Fuerzas Armadas siempre es una mala noticia que hay que condenar. Morsi, que fue elegido en las urnas, tampoco respetó las reglas del juego democrático. El presidente islamista no ha sido derrocado únicamente por los militares, sino por una movilización popular que sobrepasó las protestas que acabaron hace dos años con el régimen de Hosni Mubarak. Millones de egipcios no han estado dispuestos a que se utilicen sus votos para destruir la democracia, como empezó a hacer Morsi con su pretensión de imponer un régimen autocrático de corte islamista.
Al contrario de lo ocurrido en 2011, cuando intentaron pilotar en solitario la transición, esta vez las Fuerzas Armadas han aglutinado el respaldo de la mayoría de las fuerzas de oposición (incluidos los salafistas, enredados en una lucha de poder con los Hermanos Musulmanes) y de las comunidades religiosas. Los militares han intentado apaciguar a Estados Unidos, la Unión Europea y varios países árabes garantizando que devolverán el testigo a los civiles.

 

Sus promesas serán más creíbles si fijan cuanto antes un calendario electoral y cesan la represión. Los Hermanos Musulmanes son una fuerza legítima, y no pueden ser excluidos del proceso. Las heridas están abiertas, pero hoy es más necesario que nunca apostar por la reconciliación. El desenlace de este nuevo capítulo en la vida política egipcia dependerá también de la implicación de Occidente, cuya apatía ha dejado hasta ahora vía libre a las maniobras de unas monarquías del Golfo dispuestas a secuestrar la primavera árabe.
Deponer a un mandatario elegido en las urnas es un pésimo precedente y supone un primer fracaso para la transición. Pero tampoco certifica la defunción del proceso. Pretender que seis décadas de dictadura se resuelvan, en un país con tantas carencias, con una transformación rápida y modélica estaba fuera de la realidad.

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